C.S. Lewis Narnia 3 La Travesia del Viajero del Alba by Unknown
autor:Unknown
Format: epub
IX LA ISLA DE LAS VOCES En este momento el viento, que por tanto tiempo habÃa sido noroeste, comenzó a soplar desde el oeste mismo y cada mañana, cuando el sol asomaba por el mar, la proa curva del Explorador del Amanecer parecÃa alzarse y atravesar el sol por la mitad. Algunos pensaban qué el sol se veÃa más grande que en Namia, pero no todos eran de la misma opinión. Y navegaron y navegaron con una brisa suave y estable, sin ver peces, ni gaviotas, ni barcos, ni playas. Los vÃveres comenzaron a escasear nuevamente y se preguntaban temerosos si no estarÃan navegando en un mar que no tenÃa fin. Pero un dÃa al amanecer, cuando ya pensaban que serÃa demasiado arriesgado continuar su viaje hacia el este, vieron justo al frente, entre ellos y el sol saliente, una tierra baja, tendida allà como si fuera una nube. Más o menos a media tarde fondearon en una amplia bahÃa y desembarcaron. Este lugar era muy diferente a los que ya habÃan conocido, pues, una vez que hubieron cruzado la playa de arena, vieron que todo estaba muy silencioso y vacÃo, como si se tratara de una tierra deshabitada; sin embargo, frente a ellos se extendÃan unos prados muy parejos, con pasto tan suave y tan corto como suele estarlo en los jardines que rodean una gran casa inglesa, donde trabajan más de diez jardineros. Los árboles, que eran muchos, estaban bastante separados unos de otros y no tenÃan ramas rotas ni habÃa hojas en el suelo. De vez en cuando se sentÃa el arrullo de las palomas, pero no se oÃa ningún otro ruido. Al poco rato llegaron a un largo, estrecho y arenoso sendero donde no crecÃa ni una sola maleza; tenÃa una hilera de árboles a cada orilla. Allá lejos, al otro extremo de la avenida, pudieron distinguir una casa muy grande y gris que, con el sol de la tarde, mostraba un aspecto sumamente tranquilo. Casi en el mismo momento en que entraron a este sendero, LucÃa sintió que se le habÃa metido una piedrecita en el zapato. En un lugar desconocido como éste, habrÃa sido más prudente de su parte pedir a los demás que la esperaran mientras la sacaba, pero ella no lo hizo. Simplemente se quedó atrás con toda tranquilidad y se sentó para sacarse el zapato. Pero se le enredó el cordón en un apretado nudo. Antes de que pudiera desatarlo, los otros ya se habÃan alejado bastante. Cuando ella, después de sacar la piedra, se empezó a poner el zapato, ya no los podÃa oÃr. Pero casi al mismo tiempo escuchó otro ruido que no provenÃa de la dirección en que se encontraba la casa. Lo que ella oyó fue descomunal. Sonaba como si docenas de forzudos trabajadores estuvieran golpeando la tierra, lo más fuerte que podÃan, con grandes mazos de madera. Y el ruido se acercaba rápidamente. LucÃa estaba sentada con la espalda apoyada en un árbol y, como éste
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